Hoy día 2 de abril se cumplen tres años de la llegada de Alberto Núñez Feijóo, por entonces presidente de la Xunta de Galicia con tres mayorías absolutas consecutivas, a la presidencia del PP. Un trienio que empezó de forma convulsa, con la tremenda expulsión de su predecesor, Pablo Casado, orquestada por la líder madrileña, Isabel Díaz Ayuso, y secundada por los demás barones del PP, y en el que el principal objetivo del político gallego, por el que apostó por él su partido, no se ha conseguido.
La Moncloa se quedó a cuatro escaños en las elecciones del 2023, adelantadas por Pedro Sánchez tras el batacazo socialista de las municipales y autonómicas de aquel mismo año y, pese a que el PP fue el partido más votado y obtuvo 137 diputados, 16 más que el PSOE, la estrategia del presidente del Gobierno de levantar un muro frente a la derecha y la extrema derecha, que se habían aliado en varios gobiernos autonómicos hasta entonces en manos de la izquierda, como los de la Comunidad Valenciana, Extremadura o Aragón, dio resultado y permitió, en el ultimo momento, su segunda investidura.
Con todo, no fue sin que antes lo intentara Feijóo, que, a pesar de saber que fracasaría, de nada sirvieron sus cantos de sirena hacia Junts al no poder ofrecer a los de Puigdemont la amnistía con la que se los ganó Sánchez, no quiso perder la oportunidad de ofrecer su propio programa de gobierno ante la Cámara y no ha dejado de reivindicar su triunfo electoral frente al “pacto entre perdedores” que le arrebató la presidencia. Para mi “un inmenso error”.
Así fue como recibió Feijóo el acuerdo de Sánchez con todas las fuerzas políticas del hemiciclo salvo el PP y Vox, a los que no quisieron sumarse ni los siete diputados de Junts, por más que algunos dirigentes del PP trataran de convencerlos al hablar de España como un “Estado plurinacional” y aún hoy echen de menos al negociador de CIU, Jordi Pujol, ni los cinco del PNV, cuyo portavoz, Aitor Esteban, ha sido diana de las duras ofensas del popular Miguel Tellado.
La frustración inicial, a la que ha costado superar, ha dado paso en la dirección del PP a una estrategia parlamentaria de persistente desgaste: desde el Senado, donde el PP tiene mayoría absoluta y puede legislar a la contra, aunque, como se ha demostrado, el recorrido no sea largo y sus iniciativas acaben en el “congelador” del Congreso, que es como el PP ha bautizado la táctica de la presidenta del Congreso de ampliar continuamente el plazo de enmiendas para no tramitarlas, y también desde la Cámara Baja, donde en más de una ocasión se ha evidenciado que existe una mayoría alternativa, inclinada hacia la derecha, sobre todo en cuestiones fiscales y económicas.
En estos tres años Feijóo ha experimentado una evolución que va desde la moderación que exhibió cuando asumió el liderazgo y hablaba de “bilingüismo cordial” en sus visitas a Cataluña, celebradas por los empresarios, hasta una mayor acidez en las formas: del “no vengo a insultarle” cuando era senador y aún no se habían enfrentado en las urnas a los sonoros ataques con Sánchez en las sesiones de control en el Congreso.
En esa deriva ha tenido un papel muy destacado Vox, un partido muy incómodo para alguien que venía de gobernar sin tener que hacer concesiones a la ultraderecha, irrelevante en Galicia, y que desde que aterrizó en Madrid se ha visto envuelto en un caos radical totalmente fuera de su control. Así, aunque Ayuso, apenada por la situación judicial de su novio, no suponga ahora mismo la amenaza que resultó ser para Casado, el principal quebradero de cabeza para Feijóo es dar con la fórmula que a la líder le ha permitido mantener a raya a los ultras.