Al cabo de quince meses desde las últimas elecciones generales, en
las que el PP obtuvo casi once millones de votos, más del 44% de los
sufragios y en consecuencia una mayoría absolutísima que le ha permitido
hacer cuanto se le ha antojado sin que lo alterara ninguna voz
discrepante, uno se pregunta
cómo se sentirán esos ciudadanos que le dieron carta libre. Pero me da que estas sospechas de corrupción
generalizada serán lo de menos para la mayoría. Habrá quienes digan:
“Vaya novedad, ¿y qué esperaban? La sociedad entera no le hace ascos a
un dinero extra, con excepciones. En todos los partidos habrá prácticas
parecidas, como en tantas empresas, fábricas, comercios. Y aquí le
parece ético a todo el mundo robar música, películas, libros, desde sus
ordenadores”. Habrá otros, más cínicos o fanáticos, que encontrarán
“necesarios” los sobresueldos porque los habrían cobrado los suyos,
mientras que los juzgarían vil codicia si los hubieran percibido otros. Y
también los habrá escandalizados y asqueados, como lo estuvieron
numerosos votantes socialistas ante la corrupción del PSOE en los años
noventa. Sea como sea, quién sabe cuántos de aquellos once millones
deben de estar pensando: “Qué tonto fui”, cada mañana. Pero no por
Bárcenas y sus aparentes revelaciones.
Son las personas que en catorce meses han visto cómo el Gobierno del
PP ha incumplido todas y cada una de sus promesas electorales: cómo ha
hecho una reforma laboral que deja los puestos de trabajo en precario,
se pueden perder cualquier día sin apenas coste para el empresario; cómo
eso ha añadido, sólo en 2012, más de medio millón de parados nuevos;
cómo han bajado los salarios y la capacidad adquisitiva de la población
en pleno; cómo se han subido a lo bestia el IVA y el IRPF que se había
jurado dejar intactos; cómo las pensiones se han visto mermadas, los
“dependientes” abandonados, la sanidad privatizada y encarecida, las
medicinas bipagadas; la cultura despreciada y hostigada, la educación
empeorada y con las tasas por las nubes; cómo, en cambio, a la Iglesia
no se le ha rebañado un euro mientras sus jerarcas callan ante la
penuria de tantas familias; cómo, tras el abusivo incremento del IVA,
cada vez hay más gente desesperada que no lo aplica, y así se extienden
la economía sumergida y el dinero negro; cómo el Gobierno se ha ganado
la enemistad de médicos, sanitarios, jueces, profesores, comerciantes,
gente de orden en principio. De esos once millones, muchos votaron sin
duda al PP con la encomienda de que nos aliviara la crisis, y se la
encuentran ahora agravada y afectándolos a ellos directamente, en sus
carnes; descubren que están aún peor que con Zapatero. Ven que se
desmantela a toda prisa el llamado Estado de bienestar, con el pretexto
de la coyuntura económica. Que los ciudadanos quedan desprotegidos y que
sus impuestos se emplean en rescatar a la banca que aun así se niega a
conceder créditos a particulares, empresas y tiendas, asfixiándolos. Ven
que el consumo baja y baja, y que al Gobierno, extrañamente, le trae
sin cuidado. Ven que sus altos cargos y asesores no se aplican las
rebajas, mientras los jóvenes emigran. Me pregunto cuántos de esos once
millones están totalmente arrepentidos de haber prestado su voto a
quienes se lo prestaron, tras creer en sus promesas falsas. Cuántos no
se levantan ya cada mañana diciéndose amargamente: “Qué tonto fui, pero
qué tonto”.